domingo, 7 de julio de 2013

DOMINICAL- VACACIONES por Miguel Bou




VACACIONES

   
  Desde la terraza del décimo piso que estoy vacacionando puedo apreciar muy bien la mancha verde azul del mar que empieza a quinientos metros del edificio y se extiende hasta más allá de lo que alcanza la vista. Más cerca, una barcaza avanzaba a sendos golpes de sus ocho remos cortando su calmada superficie para buscar la alegría del deporte aprovechando el feliz el momento de las vacaciones. Unos y otros me ayudan a ver y soñar con gestas o conquistas lo no he vivido más que en el papel.
  De pronto, las cabezas se giran con brusquedad buscando el motivo del rugido creciente. Y enseguida lo ven, lo vemos: Una motora rompe el agua con su quilla avanzando a impulsos de su membrudo motor que lo arrolla todo Pero la canoa tan sólo es la punta de lanza que origina el asombro general. La causa la crea un alunado que vuela gracias a un paracaídas arrastrado por la maroma que, cual cordón umbilical, lo mantiene unido a la embarcación. Así, el hombre sube y baja al compás de la velocidad impulsora haciendo las delicias de los niños que chapotean en la misma orilla. Pero pronto aquello deja de tener interés y los ojos recorren la escena buscando motivos para el esparcimiento. Así, un pescador, dueño de un bou pasota, levanta indolente la vista pensando quizá que aquel jarocho no merece ni un minuto de su atención. En unas rocas, otro sesudo ciudadano trata de pescar y olvidar el trabajo que quedó en la ciudad donde reside. Tampoco para él aquel turista volador genera mucho más interés que el que pueda demostrarle con un leva levantamiento de cejas, al tiempo que sus pupilas permanecen fijas en el corcho de su caña, el cual, indiferente también, retoza en medio de la espuma.
  Sí, son las vacaciones estivales. Atrás han quedado los trabajos, afanes, deberes, problemas, abusos, proyectos, planes, ideas, ¿Dios...? ¡Dios no! Dios no está de vacaciones. No, no queremos decir que vayamos a dejarlo para siempre. Sólo que estamos de vacaciones. Sin embargo, el cristianismo no. Y no puede porque no es un asunto de horas, fechas o temporadas, sino que debe vivirse cada hora, minuto y segundo, ya que no es parte de algo sino todo de un todo. A veces tenemos la tentación de no adorar al Señor fuera de nuestro monte, nuestra iglesia, pero esto es un error: Dice la Escritura: Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad sin limitación de hora, lugar o circunstancias.



Como siempre, Miguel trata de acercarnos con sus observaciones a sus
profundas creencias, para hacernos participes de esa reflexión.
Respetándolas por supuesto, deseamos a observadores y observados
unas felices vacaciones!.



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